El país de la Coca-Cola

Hannover, 1930

En 1935, Europa se encaminaba al desastre. Dos años habían pasado desde que Adolf Hitler fuera nombrado Canciller alemán y el país acelerara su deriva totalitaria. El resto de los países europeos, desorientados por el “problema” alemán”, la crisis económica surgida a partir de 1929 y el convencimiento de que los maravillosos años 20 ya habían pasado, sentían que la paz que se había fraguado en Versalles en 1918 se empezaba a resquebrajar.

Ese mismo año también estuvo marcado por un hecho que difícilmente recogerán los libros de historia, pero que supuso un experimento sin precedentes. En la década de los 30, Stalin ya gobernaba la Unión Soviética con mano de hierro. Tras reemplazar en 1928 la Nueva Política Económica de Lenin por una economía planificada con planes quinquenales, la URSS se convirtió rápidamente en una extraordinaria potencia industrial, lo que la convirtió en la segunda economía del mundo, por detrás de la estadounidense. El país, que hasta ese momento era eminentemente agrícola, mutó rápidamente su distribución geográfica y demográfica: miles de personas fueron deportadas y exiliadas a zonas remotas del vasto territorio. En 1932-1933, la URSS padeció una de las mayores hambrunas que se recuerdan, causada por la agitación existente en el campo. 5 años más tarde, Stalin inició la que fue conocida como la Gran Purga, la eliminación cruel y sistemática de todos los que eran considerados enemigos del régimen. El terror también alcanzó a los kulaks y a otras minorías. Había que deshacerse de cualquier elemento que pudiera suponer inestabilidad.

Esta era la Unión Soviética en la que dos periodistas, Ilf y Petrov, escribían sus crónicas en el diario oficial Pravda. Y fue el país que dejaron atrás en 1935, cuando acometieron la tarea de radiografiar la sociedad de Estados Unidos, aquel país que se miraba con desconfianza y recelo desde la perspectiva soviética. Es cierto que el concepto de “Guerra Fría” todavía no había sido acuñado, pero Stalin deseaba descubrir cuál era la fórmula del éxito americana. Casi de manera visionaria, el régimen “sugirió” al editor jefe del Pravda la idoneidad de la “excursión” a Estados Unidos. Dicho y hecho: Ilf y Petrov llegaron a Nueva York a bordo del Normandie el 7 de octubre. Asomados a la proa del enorme barco, divisaron el contorno de la Isla de Ellis, antesala de todos los paisajes, gentes y culturas que iban a conocer en el país.

Supuestamente, los dos periodistas habían partido de Moscú sin un objetivo aparente. ¿Pretendían someter al país a una crítica demoledora de su clase media, de la alienación que suponía el cine y su cultura popular, lo que reforzaría sin duda la apuesta soviética? ¿O bien el futuro libro iba a responder a la voluntar de afianzar las relaciones diplomáticas entre los dos países que se habían asentado con Franklin D. Roosevelt? Nunca sabremos si existió alguna presión por parte de la elite dirigente de la URSS, pero lo que sí que está claro es que La América de una planta, el libro de viajes que publicaron Ilf y Petrov tras visitar los Estados Unidos, no es una obra hecha por encargo.

Los periodistas, de manera lúcida y analítica, observan y reflexionan acerca de lo que ven y perciben. Asumen que se trata de un mundo totalmente diferente del que vienen, pero aún así son capaces de superar el adiestramiento del pensamiento único y apuntar aspectos en los que los Estados Unidos superan a su país. Se trata de un ejercicio fascinante y admirable. Estamos ante una crónica de viajes viva, perfectamente relatada, enriquecida por un mosaico de situaciones que parecen impensables.

El resultado es una fotografía cargada de comicidad e ironía. No se trata de un libro de viajes al uso, sino más bien de la visión de un país contemplada por los atónitos ojos de dos escritores soviéticos.

Para finalizar con la recomendación literaria, sería positivo explicar el porqué de su título, La América de una planta. En palabras de uno de sus autores: “Para mucha gente, América es el país de los rascacielos, del metro y del tren elevado, cuyo rumor se oye día y noche, del ruido infernal de los automóviles y de los gritos ininterrumpidos y desesperados de los agentes de bolsa […] En su mayor parte, América es un país de casas de una o dos plantas. La mayoría de la población americana vive en ciudades pequeñas”. Lo verdaderamente relevante del libro es el retrato real de la sociedad americana que documenta. No solo es el Estados Unidos del Empire State, sino también la América agraria y fervientemente cristiana.

Probablemente, estamos ante uno de los libros más honestos e inteligentes sobre Estados Unidos. Leerlo es prácticamente una obligación.

Deja un comentario